Gafas Allende

Escribo desde Chile, donde he tenido el honor de ser invitado a participar en el seminario internacional “Salvador Allende: República, Democracia y Socialismo”, dentro de las actividades programadas por el 40 aniversario del golpe de Estado.

40 años de aquel fatídico 11 de septiembre. Para una parte importante de la sociedad este día se ha instalado en nuestro imaginario colectivo como una tragedia, como un sueño roto, como futuro cercenado por el terror.

Mataron al hombre de la paz, pero no pudieron callar su voz. Porque mil fusiles y muchos tanques no pueden abatir el aliento de un hombre honesto y libre. Y porque no pudieron callar su voz, hoy podemos reivindicar de forma humilde su memoria.

Consciente de que ya estaba hablando para el futuro con voz calmada dijo poco antes de morir: “El metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo”.

Cuarenta años después su voz pausada sigue retumbando en los corazones de las personas que aman la libertad. Hoy es mucho más poderosa que entonces.

Mucho se ha dicho y escrito sobre la vida de Salvador Allende. Pero su biografía verdadera, no es la biografía de una vida, sino de una época. Y es, sobre todo, la biografía de una convicción tenaz que ha acompañado durante siglos a los más desfavorecidos: todos nacemos iguales, todos tenemos que poder tener las mismas oportunidades.

Y esta convicción profunda la encauzó como lucha política respetando las instituciones democráticas. Toda su vida prometió respetar la legalidad constitucional y la defendió al precio de su vida. Y no era fácil. No era fácil conjugar los principios profundos de la izquierda con la defensa de la democracia constitucional. Aunque hoy nos puede parecer de sentido común casi, no era así en la época que le tocó vivir.

Dentro de estas jornadas, he tenido la oportunidad de participar en una mesa redonda sobre la vigencia de las ideas progresistas y socialistas en el actual siglo XXI. Y lo he hecho tratando de aportar una visión desde Europa, desde la preocupación de un socialista europeo.

Hasta hace unos años, se decía, como muestra de respeto, “la vieja Europa”, concediendo con esta expresión un reconocimiento germinal de la civilización universal.

Hoy ya no habitamos en la vieja Europa, sino en una Europa vieja, envejecida y, en gran medida, asustada. La euforia de la construcción de la Unión Europea se ha convertido en frustración. La nueva modernidad nos ha colocado en una posición radicalmente nueva en el mundo, en las relaciones con el resto del mundo.

Las dos grandes aportaciones históricas de Europa (la democracia constitucional y el Estado de Bienestar) se encuentra hoy en entredicho. La izquierda está en gran medida sin proyecto y actúa a la defensiva. La crisis económica nos está azotando de forma grave y prolongada, mucho más que a cualquier región del mundo.

Pero Europa vive hoy, sobre todo, no una crisis económica, sino una crisis política, de valores y de identidad. Y son los valores y la identidad de izquierdas, los valores y la identidad que guiaron a personas como Salvador Allende, las que nos pueden sacar de este atolladero.

Yo creo que las izquierdas europeas estamos a tiempo de retomar, de reunir la fuerza social progresista para iniciar el nuevo siglo fortaleciendo la democracia y un nuevo modelo de Estado de Bienestar.

Por eso vuelvo a Salvador Allende.

De todas la imágenes que he visto del 11 de septiembre de 1973, hay una que me causa una desazón muy especial. Hay algo en esa imagen que mantiene viva toda la brutalidad del golpe.

Son las gafas rotas de Salvador Allende. Esas medias gafas, con el cristal partido y con la suciedad del golpe criminal. Siguen siendo una denuncia silenciosa que nunca dejarán de gritar frente al terror.

Pero son las gafas también desde las que Salvador Allende veía el futuro, un futuro que imaginaba más justo y de mayor libertad.