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Estamos viviendo la crisis más sería desde la Segunda Guerra Mundial. Y no es sólo una crisis económica, como las que hemos superado tantas veces, sino que es, además, una crisis del sistema y una crisis de modelo.

Hoy ha quedado hecha trizas esa visión que siempre se ha tenido del futuro como un horizonte que avanzaba sin parar hacia más progreso y más justicia social. Al revés, estamos viviendo el presente casi como la renuncia a todo lo conquistado y el futuro como un abismo.

El gran experimento histórico europeo que se basaba en un gran pacto entre el liberalismo político humanista y el socialismo democrático no está siendo capaz de defenderse a sí mismo y, por el contrario, una derecha crecida y agresiva está organizando por adelantado sus funerales.

El aumento de la desigualdad, que en los últimos 15 años ha sido imparable, en la actualidad, cuando más arrecia la crisis, es, simplemente, insoportable. Y esto es lo que está poniendo todo patas arriba.

Tres son los elementos, en mi opinión, claves para entender esto que nos está pasando:

  • La traición a ese pacto del liberalismo humanista y del socialismo que es la reforma del sistema fiscal. Una reforma fiscal que nos han ido imponiendo de forma paulatina en los últimos años (y que aún no ha terminado), que asume todos los postulados neoliberales y olvida que su objetivo principal no es la recaudación, sino la redistribución de la riqueza. La fiscalidad como mecanismo automático para corregir la diferencia de rentas.
  • El cambio de la relación entre el capital y la propiedad del capital. Desde que funcionan las empresas por acciones se ha creado un nuevo grupo social: la de gestores del capital ajeno. Una especie de clase sacerdotal virtuosa con buenos sueldos que gestionan la propiedad ajena de forma profesional.
  • Y la disociación entre economía y política. Se asumió como dogma de fe la afirmación neoliberal de que la economía tenía sus propias normas y los poderes públicos no debían intervenir en ellas, ya que se corría el riesgo de reducir el progreso y la creación de riqueza.

Al aceptar que la política no debe dirigir ni intervenir en la economía, la izquierda se queda sin su esencia política y se defiende afirmando que la socialdemocracia gestiona y reparte de forma más justa los dividendos y la riqueza que genera la economía de forma autónoma. Y no nos damos cuenta de que, en demasiadas ocasiones, esa libertad absoluta de la economía y los mercados es como la de los lobos que se comen a las ovejas.

Y así estamos en la actualidad, sin ninguna política económica socialdemócrata reconocible, porque, en su día, renunciamos a tenerla.

Por lo tanto, para mí, es urgente cambiar radicalmente esto: el control de la economía por la política es la base fundante de la socialdemocracia misma. Y tenemos que retomar este discurso: sin políticas económicas no existe la política, porque en la aceptación neoliberal de que la política tiene que dejar en paz a la economía, se esconde la trampa de que, al final, están siendo los poderes económicos los que han sojuzgado a la política.

Son éstas algunas de las ideas que expuse ayer en el curso de verano de la Universidad Complutense de Madrid organizado por la UGT y titulado “Economía, Empleo y Derechos Sociales: ¿hacia dónde vamos?” y que podéis leer íntegramente aquí.

Espero que os interese.