CC BY-3.0-ES 2012/EJ-GV/Irekia-Gobierno Vasco/Jon Bernardez

Hace tres años ETA aceptó su derrota. Hace tres años ETA tuvo que renunciar a su actividad terrorista.

Fue aquél un triunfo del Estado de Derecho y de las instituciones democráticas.

Hoy quiero recordar a todas las personas que durante los años de plomo tuvieron el valor cívico de no renunciar a la libertad.

Durante los años más duros, los años ochenta y noventa, cuando ETA atacaba de forma cruel a los que no compartían su ideario, hubo personas en Euskadi que se negaron a perder la libertad. Personas humildes que a riesgo de su vida tuvieron el valor cívico de no agachar la cabeza y defender la libertad en medio de una sociedad vasca que demasiadas veces miraba para otro lado.

Quiero recordar también la labor de los Gobiernos Socialistas, en España y en Euskadi, que en una situación difícil, y ante la incomprensión de muchos, se volcaron en acabar con la violencia terrorista y conseguir la Paz.

El fenómeno terrorista es un fenómeno complejo. No hay ningún grupo terrorista que pueda hacer tanto daño durante tanto tiempo, sin apoyos y connivencias de más gente.

Nadie nace siendo terrorista. Para que un joven se convierta en terrorista hace falta un entorno que fomenta ideas totalitarias, hace falta un grupo social que defiende la eliminación de los discrepantes y diferentes.

En Euskadi hubo personas que mataron, personas que alentaron a los jóvenes vascos para convertirse en terroristas, personas que justificaron la actividad terrorista y personas que miraron para otro lado para no saber lo que pasaba.

Pero hubo también personas que no quisieron renunciar, personas que demostraron un valor cívico que rara vez se encuentra. Y me estoy refiriendo a los familiares de las víctimas de ETA, a los cientos de concejales humildes amenazados, a los que se manifestaban, muchas veces en soledad, contra la barbarie terrorista. Ellos fueron los que salvaron la dignidad de los vascos. Ellos fueron los que con la dignidad de los justos hicieron posible que hoy podamos mirar nuestro pasado sin vergüenza.

Hace tres años que el miedo se fundió en Euskadi. Hace tres años que la libertad camina por las calles, antes secuestradas por los totalitarios.

ETA ya no va a volver pero nuestro pasado aún no se ha ido. Vencimos al terrorismo pero aún queda la lucha por vencer a la ideología totalitaria que lo hizo posible. Aún nos queda que toda la sociedad en su conjunto asuma los valores democráticos y repudie las ideas y justificaciones que apoyaron el terrorismo del pasado.

Aún estamos construyendo, muy poco a poco, la convivencia democrática sin terrorismo.

Y lo debemos hacer sobre tres ejes: verdad, justicia y democracia.

  • Reivindicar la verdad de lo pasado: poner su nombre verdadero al horror sufrido y recordar y reconocer a las víctimas que pagaron en primera persona.
  • Justicia contra la impunidad: justicia contra todo nuevo intento de volver hacia el pasado, justicia como expresión institucional del sistema democrático.
  • Y democracia para la convivencia: fundamentalmente como una vía de resocialización y redemocratización de todos los sectores que apoyaron el terrorismo y especialmente de los propios terroristas.

Después de tres años ETA sigue negándose a su disolución. Es una posición simbólica. ETA hoy no es una amenaza material. ETA ya no tiene ninguna posibilidad de volver a la actividad terrorista. Pero su disolución tiene un gran valor simbólico para ellos y para los demócratas. Es una reivindicación que no podemos olvidar. ETA no se quiere disolver porque no quiere reconocer la deslegitimación de su propio pasado.

ETA no quiere reconocer que el terrorismo no tuvo y nunca puede tener justificación política.

Por eso ahora, cuando se trata de construir una nueva convivencia democrática es importante que sigamos poniendo como requisito su disolución, el reconocimiento de que no tuvo justificación.

No podemos construir la nueva libertad, la nueva convivencia democrática sin que la condena al terrorismo sea un factor fundante de la forma de entender nuestra democracia. Nos ha pasado a los vascos. Nos ha pasado a la sociedad vasca. Y para que no pueda pasar de nuevo, es necesario que la experiencia terrorista esté incrustada en el concepto de libertad.

Y tendremos que ayudar a los que quieren iniciar la vía de la redemocratización, porque la democracia es una ciudad abierta que acoge a todos los que quieran integrarse.

Les tendremos que ayudar pero no a costa de renunciar a la verdad, ni a la denuncia del terrorismo como factor que destruye la democracia y la libre conciencia.

Los colectivos que forman el mundo de la antigua Batasuna tienen especial responsabilidad en esto.

Demasiadas veces, aún hoy en día, tratan de convertir en un problema de las instituciones y de los demócratas su propia incapacidad para romper con su pasado, asumir sus responsabilidades y acogerse a los valores democráticos.

Firmeza, pues, en nuestros principios: no ceder ante la reivindicación de la verdad y justicia, pero mano tendida para los que quieren renunciar a su pasado.

En este sentido, creo que, pasados tres años desde la renunciar de ETA, deberíamos hacer un mayor esfuerzo en la política penitenciaria.

Esfuerzo con principios claros. La responsabilidad es de los propios presos. A ellos les corresponde iniciar el camino de la reinserción. A ellos corresponde romper y denunciar su pasado. Pero cuando esto se da, la Administración debe dar también sus pasos.

La firmeza, la necesaria firmeza que hay que trasmitir a los presos, diciendo que fuera de la legalidad no hay futuro. Que sin la asunción de sus responsabilidades no hay reinserción. La firmeza y la mano tenida no está reñidas, sino todo lo contrario: la defensa de la legalidad y los valores democráticos son los que legitiman las vías de reinserción.