Presentación del informe de UnicefUnicef ha presentado en el Congreso el informe sobre “equidad para los niños” en España, que refleja cuál es la situación real de nuestros niños y niñas y de su mano, cuál es nuestro nivel ético.

Porque si el nivel de igualdad o desigualdad no deja de ser la raya moral que mide la decencia en una sociedad, lo es, especialmente, cuando hablamos del tratamiento a los más débiles.

Y la desigualdad entre niños es la injusticia más cruel, porque, desgraciadamente, en la mayoría de los casos, condiciona toda la vida. Y también por desgracia, la desigualdad en la población infantil está creciendo en nuestro país.

Estábamos acostumbrados a considerar a la tercera edad como el grupo social con mayor riesgo de pobreza y vulnerabilidad. Pero en los últimos tiempos el riesgo de pobreza se está desplazando de las personas mayores a los jóvenes y a los niños y niñas. La situación de los niños respecto al resto de la población, no es que esté mejorando, sino que los datos son cada vez peores.

Y este hecho, este informe, es una auténtica bofetada que nos debiera enfadar y alarmar, porque no sólo indica la injusticia de la situación actual, sino que además anuncia, que si no tomamos medidas urgentes, contundentes y suficientes, el futuro no será mejor.

Y en este informe se trata de pasar a números la desigualdad. Medirla, por decirlo de alguna manera. Medir la injusticia en la pobreza, en la salud, en la educación, en la satisfacción vital. Y cuando esto se pasa a datos, ya no es una opinión, es una realidad sangrante. Porque detrás de cada uno de ellos, de cada dato y cada número, hay un drama personal y un fracaso colectivo.

Este es el objetivo del informe que UNICEF ha presentado en el Congreso y por eso quiero agradecerles su trabajo y su entrega para combatir injusticias y situaciones más que preocupantes.

Los datos que han traído están en las calles, en los barrios más humildes, en los comedores escolares, en los ambulatorios. Pero están sobre todo en ese espacio social, cada día más grande, invadido por la desesperanza.

Y cerrar los ojos no sirve de nada, porque cada vez que demos un paso, los ojos abiertos de un niño marginado en la pobreza nos recordarán la inmoralidad de una sociedad que castiga al colectivo más débil y necesitado de solidaridad social.