“Tenéis que hacerme una promesa: el día que no recuerde uno de vuestros nombres, ese primer día que veáis que os confundo, que no sepa cómo os llamáis, por favor, no esperéis a que me olvide de vosotros, a que no os reconozca como hijos o que no reconozca a aita. Ese día me tienes que ayudar a marchar”.
El martes, cuando subí a la tribuna del Congreso de los Diputados a defender en nombre del PSOE la Proposición de Ley sobre la regulación de la eutanasia, quise empezar recordando las palabras que Maribel Tellaetxe, una vecina de mi pueblo, de Portugalete, dijo a su marido e hijos tras conocer que padecía alzheimer.
“El día que empiece a olvidarme de amar, también quisiera dejar de vivir”. Pocas veces uno se encuentra ante peticiones de ayuda tan desgarradoras como ésta. Pocas veces un drama familiar evidencia un vacío legal como el que hoy tenemos en España, y que la iniciativa socialista trata de paliar.
Una propuesta ambiciosa, realista, consensuada. Una Proposición de Ley elaborada con la participación de colectivos, de expertos y profesionales, de familias afectadas; que atiende las exigencias que sobre esta materia aparecen en la doctrina del Tribunal Europeo de Derechos Humanos; que define claramente los supuestos en los que se puede aplicar la eutanasia; y, sobre todo, que contiene todas las garantías necesarias, desde el punto de vista jurídico y sanitario, tanto para los pacientes como para los profesionales.
Queríamos, y ha sido un empeño personal de nuestro Presidente Pedro Sánchez, que fuera ésta sobre la regulación de la eutanasia la primera Proposición de Ley que presentáramos los Socialistas esta legislatura. Porque queríamos otorgar a esta iniciativa un valor simbólico: la lucha del PSOE por ampliar la libertad personal.
Porque los Socialistas defendemos con una mano los derechos sociales y con la otra las libertades personales. Es un rasgo definitorio de nuestro partido. Todas las ampliaciones de las libertades personales en España han venido de la mano socialista. Es verdad que otros nos han acompañado, pero sin los socialistas no hubiera sido posible.
Ahora queremos regular ese último derecho, esa última posibilidad de ejercer la libertad personal para tener una muerte digna.
No era la primera vez que la presentábamos porque la labor obstruccionista del PP y Ciudadanos impidió que consiguiéramos ese objetivo la legislatura pasada. No es una iniciativa pionera, otros países antes que nosotros ya han reconocido la eutanasia. Lo han hecho con leyes que tiene nombres diferentes, pero que hacen frente al mismo hecho: a la necesidad de regular, desde los poderes públicos, la decisión de poner fin a una vida, cuando el propietario de esa vida manifiesta de forma reiterada que su futuro ha perdido toda humanidad y que sobrevivir (porque eso no es vivir) sólo es ya una experiencia insoportable.
Y no es, ni siquiera, una proposición que llegase a tiempo. Porque, por desgracia, llegaba ya tarde (demasiado tarde) para muchas víctimas y sus familiares que han vivido los últimos años de su vida en un infierno de dolor y olvido, porque la legislación les dice que no son ellos quienes pueden decidir sobre su vida. Personas que han estado obligadas a soportar años, a veces décadas, de tortura física y psicológica, porque algunos siguen creyendo que esta vida es un valle de lágrimas que no nos pertenece.
No, no era una proposición pionera, ni novedosa. Pero sí un compromiso que teníamos con quienes en nuestra sociedad llevan años concienciando y peleando para que se reconozca este derecho. Un compromiso con nosotros mismos, porque un país que se considera decente no puede tolerar más casos de sufrimiento como los que hemos conocido en los últimos tiempos.
La eutanasia regulada es una necesidad social, porque hay muchas personas que quieren solicitarla si llegan a una vida sin futuro. Pero además de una cuestión política, es también una cuestión ética, una cuestión de compasión frente al sufrimiento ajeno.
A la izquierda no nos debiera dar vergüenza utilizar términos como “ética” o “compasión”. Porque la compasión no está subordinada a una ideología o creencia religiosa. La compasión está en lo más profunda de la naturaleza humana.
Los socialistas apoyamos la regulación de la eutanasia por ética, por compasión y por política. Cuando ya no es posible la vida plena, cuando la vida no puede ser vivida, cuando la vida pierde hasta su nombre para mutar en desesperación y sufrimiento. Cuando a una persona, habiendo perdido todo lo demás, sólo le queda el acto de libertad para decidir su propia muerte, no puede haber ninguna autoridad que se lo impida.
Por supuesto que defendemos los cuidados paliativos y queremos que haya una Ley de muerte digna. Pero cuando nada de esto sirve ya, reivindicamos el derecho de cada uno a decidir cómo enfrentarse a su propia muerte.
Y esa es la esencia de la democracia liberal: definir los espacios de decisión personal que están prohibidos para los poderes públicos, definir los espacios en el que el único soberano es la propia persona.
Ésta es la tarea del PSOE, garantizar que la pluralidad y la diversidad de valores de nuestra sociedad pueda ejercerse con total libertad. Que el Estado no pueda decidir ni nuestra ideología ni nuestra religión ni a quién amamos, ni como nos enfrentamos a la muerte cuando la vida es sólo puro sufrimiento. Ésta es la lucha por ampliar los espacios de libertad personal. Los espacios de la soberanía del “yo”.
Por eso no descansaremos a que la eutanasia se reconozca y se regule en nuestro país y la Ley sea publicada en el BOE. Y cuando se publique podremos decir con orgullo que hay estábamos nosotros. Otro trozo de libertad personal que lleva la firma del PSOE.
Y que gran ejemplo de lo que podría ser esta Legislatura. La de la conquista y consolidación de derechos y libertades; la de la cohesión social y territorial; la del avance colectivo y el entendimiento. Desde luego esa es la voluntad de los Socialistas. Ojalá otros lo entiendan así y se sumen a este proyecto.
Totalmente de acuerdo, todos tenemos el derecho de decidir el momento de nuestro final si su continuidad es alargar un sufrimiento doloroso e innecesario.